Julio César CASTRO

SOMBRA

«La culpa de que haya cuentos del tío la tienen los sobrinos».

«El que supo ser castigau por los cuentos, aura que dice, Turrón Mojito, el casau con Encarnada Soslayo, mujer más inútil que piedrita de yesquero sin yesquero.
A este hombre lo curtían a cuentos y él se los creía toditos. Tenía eso de bueno.
Una vuelta le pusieron cuatro patas a una sandía y se la vendieron por un lechón. Cuando le vio la caladura fue a pedir rebaja porque era un lechón lastimau. Le dijeron que aquello era pa hoy o mañana poder adobarlo y arriba le vendieron el adobo.
Debe ser el único crestiano que se comió una sandía adobadita y a las brasas. Y arriba le pateó el hígado.
La tarde que llegó al boliche El Resorte, taban la Duvija, el tape Olmedo, Salisílico Borato, Rosadito Verdoso, el Atalufo Lilo, el pardo Santiago y hacía calor.
Una calor, que lo primero que comentó Turrón Mojito al llegar fue «tá brava la calor». Nadie le contestó nada porque con la calor había pñereza de contestar. El hombre seguía con los quejidos cuando dentró el Aperiá Chico sin saludar porque la calor daba pereza pa saludar.
Turrón Mojito seguí diciendo que pa pior no tenía ni una sombra cerca del rancho pa ponerse a tomar mate a la sombra. Dijo que el rancho le hacía sombra de mañana nomás, de un costau, pero a medida que el sol se iba subiendo en el cielo la sombra se le iba achicando y al final terminaba tomando mate aplastau contra la paré.
El tape Olmedo hizo un esfuerzo pa opinar que el hombre que no es capaz de plantar un árbol pa su propia sombra es una desgracia.
Turrón Mojito no se ofendió porque la calor daba pereza, y el Aperiá Chico se le arrimó y le dijo:
-Si usté anda interesau en sombra, yo tengo una sombra de ombú pa la venta de lo más bonita y pareja. Si usté es gustoso, podemo llegar a un acuerdo con el precio.
El otro se lo quedó mirando un momento y dispués preguntó: – Sombra de ombú… ¿con ombú?
– No señor. Le vendo la sombra sola, que es lo que usté anda necesitando.
Si le llego a vender el ombú -agregó- me quedo sin sombras pa la venta. A Turrón Mojito le pareció justo y arreglaron precio y pago adelantau pal gasto del flete y esas cosas. El Aperiá quedó en que al otro día tempranito se la llevaba.
Esa madrugada, mientras el otro dormía el Aperiá fue dispacito y le pintó una sombra de ombú cerca del rancho que era una preciosidá. Tan igualita, que hasta tenía algunas rayas amarillas como que el sol se colaba por entre las hojas. Pa que el otro no tuviera ninguna duda le clavó un cartelito que decía «Sombra de ombú garantida aunque estea nublado».
Con el chispiar de los primeros pajaritos, el hombre saltó del catre, se asomó a la puerta y se quedó de boca abierta mirando la sombra. Corrió pa dentro a despertar a la mujer pa que viera, calentó agua pal mate, buscó el tabaco, manoteó el banquito de tomar mate, salió, le chifló al perro, y se acomodó en la sombra a tomar mate, como un rey.
Fresquita la sombra, hasta que el sol se empezó a trepar por el lomo de una loma. Ese día el sol venía furioso. Trepaba a los bufidos.
A Turrón Mojito lo sacaron achicharrau pal mediodía. Cuanmdo llegó al boliche a protestar, el Aperiá lo estaba esperando con pomada pa las quemaduras del sol. Le vendió tres cajas.»

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